Salió de su casa, con un dolor
pesado en el alma. Sus pasos vacilantes y sin rumbo, la llevaron hasta el único
lugar que tal vez podría ofrecerle un refugio, un lugar donde las penas quizá fuesen mitigadas por la comprensión y
el amor.
La puerta se abrió y no hubo
preguntas, solo la silenciosa bienvenida de unos brazos abiertos y dispuestos a
ofrecer todo lo que el mundo le había negado.
Se miró en aquellos ojos que le recordaban la profundidad del océano, y
el verde intenso de las hojas los árboles en primavera. Pero donde veía
reflejado su propio dolor. Eran ojos que habían vivido y habían sufrido, y a
pesar del velo de la tristeza, aún eran capaces de transmitirle un silencioso
mensaje de amor.
Se refugió en sus brazos,
mientras él acariciaba sus cabellos con una delicadeza más allá de la que por
naturaleza lo caracterizaba. Sus lágrimas se perdieron en su pecho absorbidas
por una piel que solo deseaba hacer suyo su dolor. Por un momento todo el
abandono pareció desaparecer, se sintió segura y algo parecido a la felicidad
recorrió su cuerpo.
De pronto fue consciente de que
tal vez no había sido tan buena idea buscarlo. Aquel era un hombre que a pesar
de mirarla con ternura, normalmente lo que podía verse en sus ojos era una
tormenta gestándose tras ellos. Era de sentimientos intensos y violentos, y
había dejado claro sin lugar a dudas, cuáles eran los que albergaba por ella.
La había amado en un secreto a voces y estaba dispuesto a matar o a morir por
ella.
Se preguntó cuántos podían decir
lo mismo, cuántos habían ignorado su amor, cuántos habían transgredido la línea
de la ilusión y habían convertido su vida en un infierno.
Una irresponsable inconsciencia
se apoderó de ella y sin oponer resistencia se rindió al poder de esa mirada y
a la intensidad del beso. Una oleada de calor recorrió sus venas, al tiempo que
la dejaba sin fuerza y abandonada al avasallante reclamo de sus labios.
Él, a pesar de estar haciendo lo
que había deseado siempre, a pesar de que tenía en sus brazos la oportunidad de
hacer realidad lo que hasta ahora solo había pertenecido al mundo de los
sueños, sintió como se encendía una luz de alarma en ese lugar pequeño donde se
alberga la consciencia. Con dificultad controló la tempestad de sentimientos
largo tiempo reprimidos y que amenazaban con hacerlo perder el juicio. Recordó
que seguía siendo ajena. Con gran esfuerzo y un dolor mayor aún, separó sus
labios sedientos de los únicos que podían calmar su sed, en beneficio de una
lealtad cuyo ejercicio llevaba mucho tiempo practicando, aunque cada vez estaba
menos seguro de que valiera la pena.
Por un momento, para ambos el
mundo pareció tambalearse, necesitaban permanecer aferrados el uno al otro o no
tendrían la fuerza para permanecer de pie. Una vez que todo dejó de girar, los
pensamientos pudieron reordenarse y ser expuestos en forma coherente.
-
Sabes que no es esto lo que quieres
-- dijo él con voz áspera
Con un movimiento brusco, mucho
más parecido a él, se volvió y se dirigió a su mesa de trabajo, sumergiéndose
en su mundo virtual desde donde dirigía las vidas de mucha gente.
De pronto se sintió abandonada
de nuevo, sabía que en el fondo él tenía razón, pero era la última persona por
la que esperaría verse rechazada. Una variedad de sentimientos se mezclaron en
su interior, ira, dolor, culpa y la
necesidad urgente de sentirse querida.
Una especie de locura momentánea
se apoderó de ella. Caminó con decisión y con una peligrosa mirada que él por
experiencia sabía sería insensato ignorar.
Mientras la miraba acercarse, se
preparó para el desastre. En los escasos minutos transcurridos entre su
separación y aquella amenaza que caminaba hacia él, creyó haber estado
sufriendo los horrores del infierno tratando de controlar el deseo creciente y
que se manifestaba de forma muy visible, pero ciertamente no era nada en
comparación con lo que se avecinaba.
Sin darle tiempo a nada llegó
hasta él y colocándose tras su espalda, deslizó sus manos desde sus hombros
hasta su pecho, y en un enloquecedor susurro le habló al oído.
-
Dime que realmente quieres que me vaya
-- le dijo
El mundo comenzó a girar de
nuevo. No sabía si estaba más furioso con él por no poder controlarse, o con
ella por hacerle aquello. Se levantó y la sujetó con poca delicadeza por los
hombros.
-
Esto no es un…
Pero sus palabras se perdieron
en algún lugar inaccesible de su cerebro. Cualquier clase de control que
hubiese intentado ejercer habría sido inútil. No supo si el descendió o ella se
elevó, o si ambos movimientos coincidieron, lo cierto es que sus labios se encontraron
a medio camino entre la locura y la razón, ganando la primera esa injusta
batalla.
El beso pasó de apasionado a
salvaje, convirtiéndose en una violenta caricia que reclamaba dominio absoluto
y despertando en él los instintos más primitivos. Besó y mordió aquellos labios
que se le habían ofrecido voluntariamente. Cuando sintió el sabor a sangre en
la boca, se separó y la miró alarmado elevando un dedo hasta los labios
lacerados.
-
No…
-
Tú no puedes amar de otra forma
-- lo interrumpió ella con una
sonrisa que casi era la imagen de la lascivia y lo atrajo de nuevo
Aquella mujer realmente lo
estaba torturando a consciencia. Perdió la noción del tiempo y el espacio, y se
dedicó a invadir y explorar cada rincón de aquella boca. Deslizó sus manos por
debajo de la blusa para acariciar la piel que había convertido sus sueños en
pesadillas. Se separó y la miró de
nuevo.
-
Debo detenerme ahora o no podré dar marcha atrás -- le
dijo
Pero ella solo acercó sus labios
de nuevo y murmuró sobre ellos enloqueciéndolo con su aliento.
-
¿Me has escuchado quejarme?
-
Nena, ten algo de piedad…
-- murmuró casi sin aliento
Sin embargo, no era piedad el
sentimiento que la movía en aquel momento. No supo cómo ni en qué momento
habían llegado hasta la cama, pero allí estaban y sus manos no habían dejado
lugar sin acariciar. Su boca se cerró sobre un pecho enhiesto, mientras sus
manos viajaron más de prisa cuesta abajo, hasta llegar al punto exacto donde
latía todo su deseo. Sus labios siguieron a sus manos por el camino trazado con
anterioridad y se perdieron en el mismo punto, mientras su lengua se internaba
en aquel valle que había constituido sus más locas fantasías. Un gemido ahogado
y unos dedos enredados en sus cabellos lo hicieron perder el poco control que
le quedaba y con una intensidad que rayaba en el salvajismo se hizo su dueño,
arrasando con su deseo todo recuerdo y toda caricia que lo hubiese precedido.
Aferró sus cabellos, la miró a los ojos gritándole con la mirada su amor en
silencio y con un beso intenso completó
el viaje hacia esa nada que podía convertirse en su cielo o su infierno.
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