En la noche vibrante de estrellas brillantes, bajo
la luz de la luna, con los sonidos de la oscuridad rodeándolos, dos cuerpos
abrazados se perdían en las caricias prohibidas de un clandestino amor. Una
protesta quiso escapar de la prisión de su mente, pero sus labios estaban
secuestrados en uno de esos besos apasionados de los que después te
arrepientes.
Se separaron unos centímetros pero seguían presos de
su aliento, y un susurro amortiguado acarició su piel para dejar los sentidos
indefensos en aquella guerra sin cuartel.
Él deslizó un solitario dedo apenas rozando los
labios entreabiertos que le ofrecían un mundo de sensaciones antes no
descubiertas.
-
No te sigas
negando, acaba con mi tortura, o es que acaso mi locura es el precio que debo
pagar por amarte.
Ella levantó una mano y él pensó que lo golpearía,
pero solo acarició su mejilla. Aquel mínimo contacto comenzó a causar estragos
en sus ya muy mal trechos nervios, sus músculos se tensaron, aquella sutil e
inesperada caricia amenazaba con derrumbar el sólido muro de su control, y
cuando otra mano se enredó en sus cabellos, anuló toda posibilidad de
resistencia, en caso de haber existido alguna. En la oscuridad de la noche,
unos ojos lo atravesaron y se clavaron en lo más profundo de su torturada
alma. Se dejó llevar y descendió sobre
aquellos labios que lo llamaban con el grito silencioso de años de añoranza
reprimida.
Aquel primer contacto hizo añicos cualquier otra
cosa que tuviera en mente. Lo que comenzó como un suave intercambio de sabores,
se convirtió rápidamente en una avasallante invasión de intimidades. Él comenzó
a reclamar la posesión de lo suyo, quería llenar sus sentidos de su olor, su
sabor, su calor. Quería escuchar como su voz gemía su nombre y ver como sus ojos se perdían en los suyos.
Pero muy pronto el deseo reclamó espacio. Con
movimientos precisos la despojó de sus ropas, haciendo él lo propio. Era
urgente satisfacer la necesidad de sus pieles de sentirse, de entenderse en ese
idioma único y personal que solo los amantes pueden hablar.
El viaje
de reconocimiento mutuo estuvo sembrado de besos y suspiros, sus manos marcaban
el camino que seguían sus labios dejando un rastro de fuego que estaba
necesitando con urgencia ser extinguido. Cuando las manos de ella se deslizaron
por su espalda, mil sensaciones a las que no podía ponerle un nombre sacudieron
su cuerpo, y cuando su mano traviesa invadió su intimidad la sintió temblar, la
escuchó susurrar su nombre con la voz cargada de deseo. Aquello bastó para
desatar la violenta necesidad de poseerla y cuando el dardo ardiente de su
virilidad penetró la femenina cavidad, ella arqueó su cuerpo para amoldarlo al
de aquel que la hacía vibrar de aquella forma. Juntos comenzaron la escalada de placer en esa danza frenética
que hacía del mundo un lugar mejor y que hacía que la vida valiera la pena
vivirse. Mientras sus cuerpos permanecían unidos, sus labios se aseguraban en
silencio que nunca olvidarían a quien pertenecían. Ella fue sacudida por
sucesivas ondas de placer, mientras él disfrutaba al máximo de poder
proporcionárselo. Pero cuando vio en sus ojos el inconfundible brillo del punto
máximo, no pudo evitar sumergirse con ella en el vertiginoso remolino de
éxtasis que los elevó y los mantuvo allí por un infinitesimal lapso de tiempo
que tenía el sello de la unión perfecta.
Mucho rato
después, recostados sobre el manto de las hojas caídas y mirando al infinito de
la bóveda celeste, sus corazones que finalmente habían recuperado su ritmo
normal comenzaron a latir al compás de la culpa. Muchas horas y mucho tiempo invertido en
negar aquel amor prohibido, pero finalmente el incierto destino, había abierto
las puertas a otro amor clandestino.
Safe Creative Código: 1111100491960
No hay comentarios:
Publicar un comentario