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lunes, 19 de mayo de 2014

Amor Clandestino



En la noche vibrante de estrellas brillantes, bajo la luz de la luna, con los sonidos de la oscuridad rodeándolos, dos cuerpos abrazados se perdían en las caricias prohibidas de un clandestino amor. Una protesta quiso escapar de la prisión de su mente, pero sus labios estaban secuestrados en uno de esos besos apasionados de los que después te arrepientes.

Se separaron unos centímetros pero seguían presos de su aliento, y un susurro amortiguado acarició su piel para dejar los sentidos indefensos en aquella guerra sin cuartel.

Él deslizó un solitario dedo apenas rozando los labios entreabiertos que le ofrecían un mundo de sensaciones antes no descubiertas.

-         No te sigas negando, acaba con mi tortura, o es que acaso mi locura es el precio que debo pagar por amarte.

Ella levantó una mano y él pensó que lo golpearía, pero solo acarició su mejilla. Aquel mínimo contacto comenzó a causar estragos en sus ya muy mal trechos nervios, sus músculos se tensaron, aquella sutil e inesperada caricia amenazaba con derrumbar el sólido muro de su control, y cuando otra mano se enredó en sus cabellos, anuló toda posibilidad de resistencia, en caso de haber existido alguna. En la oscuridad de la noche, unos ojos lo atravesaron y se clavaron en lo más profundo de su torturada alma.  Se dejó llevar y descendió sobre aquellos labios que lo llamaban con el grito silencioso de años de añoranza reprimida.

Aquel primer contacto hizo añicos cualquier otra cosa que tuviera en mente. Lo que comenzó como un suave intercambio de sabores, se convirtió rápidamente en una avasallante invasión de intimidades. Él comenzó a reclamar la posesión de lo suyo, quería llenar sus sentidos de su olor, su sabor, su calor. Quería escuchar como su voz gemía su nombre y  ver como sus ojos se perdían en los suyos.

Pero muy pronto el deseo reclamó espacio. Con movimientos precisos la despojó de sus ropas, haciendo él lo propio. Era urgente satisfacer la necesidad de sus pieles de sentirse, de entenderse en ese idioma único y personal que solo los amantes pueden hablar.

El viaje de reconocimiento mutuo estuvo sembrado de besos y suspiros, sus manos marcaban el camino que seguían sus labios dejando un rastro de fuego que estaba necesitando con urgencia ser extinguido. Cuando las manos de ella se deslizaron por su espalda, mil sensaciones a las que no podía ponerle un nombre sacudieron su cuerpo, y cuando su mano traviesa invadió su intimidad la sintió temblar, la escuchó susurrar su nombre con la voz cargada de deseo. Aquello bastó para desatar la violenta necesidad de poseerla y cuando el dardo ardiente de su virilidad penetró la femenina cavidad, ella arqueó su cuerpo para amoldarlo al de aquel que la hacía vibrar de aquella forma. Juntos comenzaron  la escalada de placer en esa danza frenética que hacía del mundo un lugar mejor y que hacía que la vida valiera la pena vivirse. Mientras sus cuerpos permanecían unidos, sus labios se aseguraban en silencio que nunca olvidarían a quien pertenecían. Ella fue sacudida por sucesivas ondas de placer, mientras él disfrutaba al máximo de poder proporcionárselo. Pero cuando vio en sus ojos el inconfundible brillo del punto máximo, no pudo evitar sumergirse con ella en el vertiginoso remolino de éxtasis que los elevó y los mantuvo allí por un infinitesimal lapso de tiempo que tenía el sello de la unión perfecta.

Mucho rato después, recostados sobre el manto de las hojas caídas y mirando al infinito de la bóveda celeste, sus corazones que finalmente habían recuperado su ritmo normal comenzaron a latir al compás de la culpa.  Muchas horas y mucho tiempo invertido en negar aquel amor prohibido, pero finalmente el incierto destino, había abierto las puertas a otro amor clandestino.



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jueves, 8 de mayo de 2014

Amor en silencio...



Salió de su casa, con un dolor pesado en el alma. Sus pasos vacilantes y sin rumbo, la llevaron hasta el único lugar que tal vez podría ofrecerle un refugio, un lugar donde las penas  quizá fuesen mitigadas por la comprensión y el amor.

La puerta se abrió y no hubo preguntas, solo la silenciosa bienvenida de unos brazos abiertos y dispuestos a ofrecer todo lo que el mundo le había negado.  Se miró en aquellos ojos que le recordaban la profundidad del océano, y el verde intenso de las hojas los árboles en primavera. Pero donde veía reflejado su propio dolor. Eran ojos que habían vivido y habían sufrido, y a pesar del velo de la tristeza, aún eran capaces de transmitirle un silencioso mensaje de amor.

Se refugió en sus brazos, mientras él acariciaba sus cabellos con una delicadeza más allá de la que por naturaleza lo caracterizaba. Sus lágrimas se perdieron en su pecho absorbidas por una piel que solo deseaba hacer suyo su dolor. Por un momento todo el abandono pareció desaparecer, se sintió segura y algo parecido a la felicidad recorrió su cuerpo.

De pronto fue consciente de que tal vez no había sido tan buena idea buscarlo. Aquel era un hombre que a pesar de mirarla con ternura, normalmente lo que podía verse en sus ojos era una tormenta gestándose tras ellos. Era de sentimientos intensos y violentos, y había dejado claro sin lugar a dudas, cuáles eran los que albergaba por ella. La había amado en un secreto a voces y estaba dispuesto a matar o a morir por ella.

Se preguntó cuántos podían decir lo mismo, cuántos habían ignorado su amor, cuántos habían transgredido la línea de la ilusión y habían convertido su vida en un infierno.

Una irresponsable inconsciencia se apoderó de ella y sin oponer resistencia se rindió al poder de esa mirada y a la intensidad del beso. Una oleada de calor recorrió sus venas, al tiempo que la dejaba sin fuerza y abandonada al avasallante reclamo de sus labios.

Él, a pesar de estar haciendo lo que había deseado siempre, a pesar de que tenía en sus brazos la oportunidad de hacer realidad lo que hasta ahora solo había pertenecido al mundo de los sueños, sintió como se encendía una luz de alarma en ese lugar pequeño donde se alberga la consciencia. Con dificultad controló la tempestad de sentimientos largo tiempo reprimidos y que amenazaban con hacerlo perder el juicio. Recordó que seguía siendo ajena. Con gran esfuerzo y un dolor mayor aún, separó sus labios sedientos de los únicos que podían calmar su sed, en beneficio de una lealtad cuyo ejercicio llevaba mucho tiempo practicando, aunque cada vez estaba menos seguro de que valiera la pena.

Por un momento, para ambos el mundo pareció tambalearse, necesitaban permanecer aferrados el uno al otro o no tendrían la fuerza para permanecer de pie. Una vez que todo dejó de girar, los pensamientos pudieron reordenarse y ser expuestos en forma coherente.
-         Sabes que no es esto lo que quieres  --  dijo él con voz áspera

Con un movimiento brusco, mucho más parecido a él, se volvió y se dirigió a su mesa de trabajo, sumergiéndose en su mundo virtual desde donde dirigía las vidas de mucha gente.
De pronto se sintió abandonada de nuevo, sabía que en el fondo él tenía razón, pero era la última persona por la que esperaría verse rechazada. Una variedad de sentimientos se mezclaron en su interior, ira, dolor, culpa  y la necesidad urgente de sentirse querida.

Una especie de locura momentánea se apoderó de ella. Caminó con decisión y con una peligrosa mirada que él por experiencia sabía sería insensato ignorar.

Mientras la miraba acercarse, se preparó para el desastre. En los escasos minutos transcurridos entre su separación y aquella amenaza que caminaba hacia él, creyó haber estado sufriendo los horrores del infierno tratando de controlar el deseo creciente y que se manifestaba de forma muy visible, pero ciertamente no era nada en comparación con lo que se avecinaba.

Sin darle tiempo a nada llegó hasta él y colocándose tras su espalda, deslizó sus manos desde sus hombros hasta su pecho, y en un enloquecedor susurro le habló al oído.

-         Dime que realmente quieres que me vaya  --  le dijo

El mundo comenzó a girar de nuevo. No sabía si estaba más furioso con él por no poder controlarse, o con ella por hacerle aquello. Se levantó y la sujetó con poca delicadeza por los hombros.

-         Esto no es un…

Pero sus palabras se perdieron en algún lugar inaccesible de su cerebro. Cualquier clase de control que hubiese intentado ejercer habría sido inútil. No supo si el descendió o ella se elevó, o si ambos movimientos coincidieron, lo cierto es que sus labios se encontraron a medio camino entre la locura y la razón, ganando la primera esa injusta batalla.

El beso pasó de apasionado a salvaje, convirtiéndose en una violenta caricia que reclamaba dominio absoluto y despertando en él los instintos más primitivos. Besó y mordió aquellos labios que se le habían ofrecido voluntariamente. Cuando sintió el sabor a sangre en la boca, se separó y la miró alarmado elevando un dedo hasta los labios lacerados.

-         No…
-         Tú no puedes amar de otra forma  --  lo interrumpió ella con una sonrisa que casi era la imagen de la lascivia y lo atrajo de nuevo

Aquella mujer realmente lo estaba torturando a consciencia. Perdió la noción del tiempo y el espacio, y se dedicó a invadir y explorar cada rincón de aquella boca. Deslizó sus manos por debajo de la blusa para acariciar la piel que había convertido sus sueños en pesadillas.  Se separó y la miró de nuevo.

-         Debo detenerme ahora o no podré dar marcha atrás  --  le dijo

Pero ella solo acercó sus labios de nuevo y murmuró sobre ellos enloqueciéndolo con su aliento.

-         ¿Me has escuchado quejarme?
-         Nena, ten algo de piedad…  --  murmuró casi sin aliento

Sin embargo, no era piedad el sentimiento que la movía en aquel momento. No supo cómo ni en qué momento habían llegado hasta la cama, pero allí estaban y sus manos no habían dejado lugar sin acariciar. Su boca se cerró sobre un pecho enhiesto, mientras sus manos viajaron más de prisa cuesta abajo, hasta llegar al punto exacto donde latía todo su deseo. Sus labios siguieron a sus manos por el camino trazado con anterioridad y se perdieron en el mismo punto, mientras su lengua se internaba en aquel valle que había constituido sus más locas fantasías. Un gemido ahogado y unos dedos enredados en sus cabellos lo hicieron perder el poco control que le quedaba y con una intensidad que rayaba en el salvajismo se hizo su dueño, arrasando con su deseo todo recuerdo y toda caricia que lo hubiese precedido. Aferró sus cabellos, la miró a los ojos gritándole con la mirada su amor en silencio y  con un beso intenso completó el viaje hacia esa nada que podía convertirse en su cielo o su infierno.




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domingo, 4 de mayo de 2014

Amor Sangriento



Después de una noche agitada en aquella estúpida reunión, ella estaba loca por llegar a casa, Adriano el hombre que llevaba varios días tratando de desentrañar, la acompañó hasta la puerta, le quitó las llaves de las manos y la abrió. Ella entró pero él no se movió sino que estiró el brazo y coloco el manojo de llaves en su mano.
-         Buenas noches Isabel  --  dijo con aquella voz que la hacía concebir las más locas fantasías.
“Contrólate” se dijo a sí misma.
-         ¿Una última copa?  --  le dijo mirándolo con coquetería
¿Qué le sucedía? Normalmente no se comportaba de aquel modo. Era una chica normal pero bastante aburrida, y ciertamente no del tipo que va invitando a un casi desconocido a tomar una “última copa” sabiendo como sabía, las implicaciones de aquella invitación.
Por su parte, Adriano luchaba desesperadamente por no hacer lo que llevaba toda la noche queriendo hacer. En los tres días que llevaba conociéndola, Adriano había llegado a varias conclusiones. Isabel era una chica hermosa, sensual y provocativa pero dudaba mucho que tuviese plena consciencia de ello. La deseaba y ese deseo lo estaba enloqueciendo, pero conocía sus limitaciones y más aún conocía su peligrosidad.
Isabel lo miraba expectante, aquel hombre era el sueño de cualquier mujer. Alto, bien formado, cabello negro, ligeramente ondulado y largo. Demasiado bien parecido, con unos ojos azules con destellos de un color indefinido por el borde y emanaba de él la seguridad del hombre que se sabe atractivo y deseado. La sonrisa de Isabel vaciló, sabía que ella no poseía la belleza clásica de una modelo de pasarela y aunque sabía que no era fea, probablemente no era el tipo de aquel sujeto. Con toda seguridad y aunque no tenía idea de a qué se dedicaba pero se respiraba su buena posición social, estaría acostumbrado a otra clase de chicas. Se preguntó entonces por qué seguía frecuentándola.
En un principio creyó que la demandaría, porque se conocieron en una situación bastante anómala que difícilmente podía pensar que terminaría en amistad, ya que Isabel lo había arrollado con su coche. Afortunadamente no le había causado ningún daño, pero se sintió terriblemente culpable y se ofreció a llevarlo a urgencias para que lo chequearan. El denegó el ofrecimiento, pero aceptó que lo condujera hasta donde se dirigía. Al parecer y según averiguó Isabel un poco más tarde, no era de la ciudad, de modo que se ofreció en descargo por lo que había hecho, a servirle de guía mientras estuviese allí.    
Adriano seguía dudando en entrar, no porque no le gustase Isabel, sino por lo que podía hacerle. Sin embargo, al ver la invitación en aquellos ojos y la de esos labios que lo llevaban loco, se derrumbaron sus defensas. En el momento que Isabel estaba a punto de darle las buenas noches, él dio un paso al frente y con mano segura cerró la puerta tras de sí.
Isabel se quitó los zapatos, una vieja costumbre de su madre que se negaba a soltar. Caminó hacia el mueble-bar y miró por encima del hombro.
-         ¿Qué te sirvo?  --  le preguntó
-         Lo que tú tomes  --  le contestó él
En realidad le daba lo mismo, lo que en realidad quería era lo que menos debería desear, al menos no de aquella dulce criatura, pero no podía seguir luchando contra sus instintos. Aun a esa distancia, podía sentir su olor, escuchar su pulso y su necesidad aumentó en forma impresionante.
-         ¿No tienes miedo Isabel?  --  le preguntó
-         ¿De ti?  --  preguntó ella volviéndose  --  ¿Por qué habría de temerte?
-         No me conoces, por lo que sabes de mí, podría ser un asesino en serie  --  le dijo
Ella rió con aquella risa cristalina que se le metía bajo la piel.
-         De acuerdo  --  le dijo  acercándose con los vasos  --  es posible, pero a menos que el hacha que llevas sea extraordinariamente pequeña, supongo que tendrás que usar entonces alguno de mis cuchillos de cocina y la verdad no creo que ninguno sirva, no suelo cocinar. Además…
Pero no pudo continuar, él la asió por la cintura y ella dejó caer los vasos. Adriano hundió la nariz en sus cabellos aspirando el olor a… ¿a qué? no lo sabía en realidad, pero era un olor floral exquisito. La miró un momento pensando que intentaría soltarse pero no lo hizo, de modo que descendió sobre sus labios con avidez. Fue un beso avasallador y candente. Isabel se sentía mareada. Fue largo, fue profundo, fue excitante. Sentía las manos de él recorriendo cada curva de su cuerpo, mientras sus besos le robaban hasta el último aliento. Aquel hombre estaba haciéndole el amor con un beso y no tenía ninguna duda de estar próxima a alcanzar el orgasmo.
Pero repentinamente él se apartó y le dio la espalda. Isabel se quedó pegada a la pared, experimentado diversas y encontradas sensaciones. Por un lado, una gran alegría, ya que nunca había sentido algo semejante, pero al mismo tiempo una gran frustración y un deseo irrefrenable de golpearlo por dejarla de esa manera. Pero todo esto cambió rápidamente a desolación al ver que él se dirigía hacia la puerta. Quiso correr y sujetarlo, pero sus pies parecían pegados al piso.
-         Adriano…  --  logró articular después de mucho esfuerzo  --  ¿qué hay de malo conmigo?
Adriano se sintió furioso consigo mismo y con ella. Con él por no controlarse y con  ella por su falta de juicio.
-         Por tu propio bien déjame marchar  --  dijo sin volverse
-         Pero… ¿por qué?  --  insistió ella
Se volvió con la ira brillando en sus ojos e Isabel que había logrado comenzar a moverse se detuvo en seco con los ojos muy abiertos.
-         ¡Maldita sea, niña!  --  le gritó  --  No soy lo que crees.
Pero ella seguía estupefacta.
-         Adriano… tus…  --  pero no logró concluir
-         Sí  --  dijo él  --  no estás alucinando, soy un maldito vampiro.
Y se llevó la mano a los labios desde donde se deslizaba un delgado hilo de sangre que él mismo se había hecho.
-         Eres…  --  intentó de nuevo  --  eres… no puede ser, eso es un mito, en realidad no existen.
Su mente racional hacía considerables esfuerzos por rescatarla de aquella locura.
-         Creo que acabas de comprobar que eso no es del todo cierto  --  dijo él  --  Sí soy un vampiro de carne y hueso lo creas o no. Y por tu propio bien, es mejor que lo creas.
Isabel lo miró un momento y se volvió hacia la biblioteca sin decir nada. Adriano estaba sorprendido, pensó que gritaría, se asustaría, hasta quizá que intentara atacarlo inútilmente, pero aquella actitud de ligera sorpresa lo descolocaba.
-         ¿Vas a matarme?  --  preguntó ella sin detener su camino hacia la biblioteca empotrada en la pared opuesta.
-         Isabel.
-         No sé, los vampiros matan para alimentarse ¿no?
-         Isabel.  
-         Tengo ajo en algún lugar de la cocina  --  dijo  --  ¿me serviría de algo? o debo buscar una cruz o…
-         ¡Isabel!
Lo desesperaba que siguiera repitiendo las incoherencias que a través de los siglos habían sido esparcidas por el mundo y aceptadas como verdades irrefutables. Ella se volvió con un libro en las manos y luego se lo lanzó. Él lo atrapó y dando un rápido vistazo a la portada, comprobó que era un Best-Seller que mitificaba a los de su raza y lo lanzó con furia hacia otro extremo de la habitación.
-         No somos eso, Isabel  --  le dijo  --  Eso es fantasía, ficción. Cuentos para ilusos y malos cuentos, debo agregar.
-         Entonces  --  dijo ella con voz serena  --  No vas a matarme ¿verdad?  --  y comenzó a caminar hacia él  --  ¿Te contentarás con morderme?
El no lo podía creer. Normalmente era muy hábil en persuadir a sus víctimas y ciertamente procuraba saciar sus necesidades sin matar a nadie, pero aquella niña simplemente no tenía ningún instinto de conservación. Cuando estuvo frente a él, con una mano se apartó el cabello y expuso su cuello.
-         Adelante  --  le dijo  --  si no vas a matarme, creo que puedo complacerte.
Él le aferró la barbilla y la obligó a mirarlo pero cualquier cosa que quisiese decir, se perdió en su cerebro al sentirse atraído sin remedio hacia sus labios. La besó con furia al sentirse impotente ante su encanto y su boca se deslizó por su mejilla.
-         Hueles a flores  --  dijo sin dejar de besarla  --  puedo sentir cada latido, puedo oler tu sangre, eres vital, eres ardiente  --  decía mientras continuaba con aquella torturante caricia.
Dos necesidades de distinta naturaleza pero igualmente intensas, estaban minando su resistencia y sin poderlo evitar, clavó sus colmillos en la yugular. Su sangre era dulce y cálida como toda ella y solo emitió un leve quejido, antes de entregarse a aquella sensación que él sabía muy bien que podía semejar un intenso orgasmo. Cuando se separó de su piel, ella se desvaneció en sus brazos, la recostó en el sofá y acarició su rostro hasta que poco a poco fue recuperando el sentido.
-         ¿Estás bien?  --  le preguntó  --  ¿Te duele?
-         Solo un poco  --  dijo con voz soñadora
El pasó la lengua por la pequeña herida. Su saliva tenía la propiedad de cicatrizarla y lo sabía.
-         Ha sido…  --  comenzó a decir ella
-         Lo sé.
-         Fue como si…
-         Lo sé  --  repitió
-         Ahora  --  dijo ella mirándolo a los ojos  --  ¿Te irás?
El sonrió y acarició sus cabellos.
-         He saciado una necesidad, Isabel  --  le dijo  --  Ahora necesito saciar mi deseo.
Se apoderó de sus labios sin encontrar resistencia, exploró su cuerpo sin pudor ni delicadeza. Con cada caricia arrancaba gemidos que aumentaban sin piedad su deseo. Desgarró su blusa, necesitaba el contacto directo con su piel.
-         Eres… hermosa  --  dijo sin dejar de besarla
Su lengua se deleitó en la cima de sus senos mientras sus manos descendían presurosas buscando un calor más intenso. Ella sin ninguna paciencia, abrió su camisa haciendo volar los botones en todas direcciones. Necesitaba tocarlo y era una necesidad tan vital como la de respirar. Se sorprendió al sentirlo caliente, porque en su cerebro persistía el mito de eran seres fríos como la muerte. El se deshizo de la falda y de la última prenda que lo separaba de aquel jardín de delicias. Con dedos hábiles y experimentados, invadió su interior mientras su lengua hacía brotar chispas ardientes de aquel botón sonrosado que se ofrecía para su deleite. Isabel estuvo a punto de desmayarse con aquel placer tan intenso y se sintió abandonada cuando él se separó, pero en cuanto se encontró con sus ojos, supo sin lugar a dudas que su deseo era tan feroz como nunca antes había sentido. El terminó de quitarse la ropa sin despegar los ojos de Isabel y sentía que ella con su sola mirada  lo poseía como nadie lo había hecho jamás. Por un momento se sintió indefenso y temió perder el control. Ella estiró los brazos y era una invitación a la que ni queriendo habría podido resistirse. Descendió sobre su cuerpo, y cerró la boca sobre sus labios, apoderándose de nuevo de aquella dulzura que lo tenía atrapado. Isabel sintió la dureza de su excitación y se sintió poderosa, al menos por el momento aquel hombre le pertenecía y pensaba disfrutarlo hasta el último momento. Lo acarició, lo besó, se extasió en cada rincón de aquel cuerpo, se bebió sus gemidos y la calidez de su aliento. Se supo dueña y señora de su lujuria y de  su deseo. La abandonó el pensamiento y se perdió en sus besos. Cuando ella gimió su nombre, el se hundió en su interior y aquel vaivén enloquecido los arrastró en una espiral ascendente compartiendo aquel deseo salvaje y tierno, primitivo y nuevo, brutal y cálido, todo al mismo tiempo. Y en aquel último instante, antes del clímax compartido, se declaró dueño y esclavo y cayeron luego al vacío.

Cuando Adriano despertó su primer impulso fue correr, normalmente una vez saciado su deseo abandonaba rápidamente la escena, pero en aquella ocasión al verla acercarse sonriente, supo que no había sido ella sino él quien había perdido por completo el juicio. Isabel se lanzó en sus brazos y él se sintió feliz ¿Feliz? Entonces sí era posible, le era posible amar. Se dio cuenta que no solo le había transmitido su maldición, sino que su corazón, aquel órgano vital que un día dudó poseer, ahora le pertenecía a ella y así sería sin ninguna duda por toda la eternidad.

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